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La Vasija


Las 10 Vírgenes- Capítulo 11 de 12

El único elemento que diferenció a las prudentes de las insensatas: una vasija. Por ella se demostró qué clase de vírgen era cada cual de las diez. Es, también, lo que definió su destino.

La parábola de las diez vírgenes está situada en los últimos capítulos del Evangelio de S. Mateo, en medio de un contexto que habla de las señales antes del fin y de la venida del Hijo del Hombre conmoviendo las potencias de los cielos, para luego juzgar a todas las naciones.

Esta pequeña historia es para la Iglesia de Jesús de este siglo y enseña que habrá dos cristianos distintos esperando al Esposo.

“Uno será tomado, y el otro será dejado. Una será tomada, y la otra será dejada.” Este texto se atribuye muy a menudo a que los que creen en Cristo serán salvos, y los incrédulos no. ¿Alguno se anima a asegurar que es sólo eso?

El Señor viene. Saldremos a recibirle. Pero hagámoslo prudentemente. Llevemos aceite en nuestras vasijas. Jesús dijo: “...tomaron aceite en sus vasijas.”. En sus vasijas.

Las vírgenes prudentes tenían vasija. Es de suponer que las vírgenes llamadas insensatas también tendrían vasijas, porque generalmente hay una en cada casa. La pregunta es: ¿Por qué cinco no las tomaron cuando fueron a Su encuentro? ¿Pensaron que no era necesario llevar las vasijas para recibirle? ¿O cuando se oyó el clamor a medianoche de que el Esposo venía, usaron lo último que tenían en la vasija para llenar sus lámparas, y no les quedaba más? ¿O estarían vacías desde antes? ¿O realmente no tendrían vasijas en sus casas?

Todo en esta parábola nos habla de Jesús, y de su incluírnos en él, haciéndonos vírgenes de Su Reino, y haciéndonos participar de Sus propósitos, al darnos una lámpara, llenarla con aceite y solamente pedirnos una pequeña mecha para compartir de su luz con quienes nos rodean.

La lámpara es el Verbo, la Palabra de Dios; el aceite es el Olivo Divino, machacado por nosotros. Ambas cosas, en nosotros, la mecha, y en nuestras manos cual vírgenes, son la vida de Dios manifestándose por medio y en medio de Su Pueblo. El fuego, la Gloria Suya, alumbrando desde nosotros.

La vasija también es figura del Cristo.

La pequeña lámpara de nuestras manos es aquella Palabra en nosotros, que no es toda la Palabra. Sea mucha, sea poca, no lo es toda. Pero la vasija es figura de TODA la Palabra de Dios creída, probada, y cumplida por Cristo. Es el Verbo de Vida, venido en carne. La arcilla de la vasija es figura de Jesús venido en carne, como nosotros, que tenemos ese tesoro en vasos de barro. Pero él está lleno del aceite del Espíritu Santo. No hay otro como él, en quien está toda la plenitud de Dios.

De hecho,nosotros somos pequeños; no podemos glorificar a Dios más que con una pequeña lámpara de mano; sin embargo, podemos asir en la otra mano al Verbo mismo. Con una mano podemos vivir hasta donde nuestra fe alcance; con la otra podemos extendernos hacia él, tomándole para nuestra contínua provisión. Como el candelero del Tabernáculo de Moisés, del extremo visible, mostremos nuestros brazos y sobre ellos la Gloria de la luz de Dios para alumbrar en ese lugar, y del extremo oculto, extendámonos hasta el depósito del cual viene la provisión para todo el día. Tener una vasija es como tener al lado mío al que vende el aceite, al que me provee del Espíritu Santo. Qué interesante que también eso sea algo que voluntariamente debemos tomar. Al escuchar el clamor a la medianoche las vírgenes tomaron lámparas, mas solamente algunas no se separaron de La Provisión.

Las dos maneras de esperar al Esposo son tomados de él o solos. Porque la pureza de las vírgenes, la lámpara de la Palabra, el aceite del Espíritu Santo, el fuego que consume todo para transformarse en la Presencia de Dios en medio de la tierra,¡todo ello es Cristo!

¡Y la vasija es Cristo, y el aceite del Espíritu Santo llenando la Vasija es Cristo, y el Esposo que está regresando es Cristo!

La vasija en la mano es la actitud de aquella vírgen que está profundamente convencida en su corazón, que nada puede ser ni hacer, si la provisión de Jesús no fluye constante. Una vasija en la mano lleva quien ha entendido en lo profundo de su ser que no somos ni la vid ni el fruto. Apenas somos los pámpanos. Y que acepta su condición de simple pámpano con gran gozo, agradecido de siquiera haber sido tomado en cuenta como pámpano, porque nada merece.

El aceite de hoy es de corta duración; asir la vasija (que es la fuente del aceite para mí) significa que soy consciente de que el aceite se consume y que la lámpara se vacía y luego se apaga. Que soy consciente de que el aceite viene de afuera, de que yo no lo fabrico, y de que si se consume y no tengo alguna fuente de provisión, con nada mío podré mantener viva la llama de fuego. Y humildemente debo, si quiero continuar con luz, extender mi mano hacia aquello que me provee del aceite. Extender la mano hacia la vasija es mantener fresca y siempre activa nuestra relación con el Dador de nuestra vida; es extender la mano hacia Jesús mismo, reconociendo nuestra total dependencia de Su Espíritu para tener vida, y creyendo que, tal como sucedía con el maná en el desierto, la porción de hoy no servirá mañana.

La vasija en la mano, sin embargo, aunque se toma voluntariamente, como todas las cosas nos debe ser dada de arriba. Dios debe dar a cada cristiano ese algo que lo incline a tomar la vasija, la Persona de Cristo, como algo en su vida de lo cual nunca pueda separarse. Ese apego al Hijo de Dios, esa necesidad de él, viene de arriba, de Dios que lo da. Es necesario pedirlo.

La insensatez de las cinco vírgenes que después no pudieron entrar con el Esposo consistió en que por alguna razón, la Vasija (el Cristo) no parecía ser relevante en sus vidas. Para ellas era apenas un utensilio más, un envase más que debía cumplir su función. Seguramente en esa vasija traerían aceite de los que lo vendían, pero no le daban más importancia.

La insensatez de las vírgenes fue no entender, “no discernir con justo juicio, insensatamente”, un asunto fundamental: Que todo lo que poseían, desde sus vidas hasta sus bienes, eran una sola cosa. Consideraron lo que tenían como fragmentos separados entre sí.

La insensatez de nuestros días será si nosotros también consideramos como cosas separadas el ser salvos, ser bendecidos con el bautismo del Espíritu Santo para que esté con nosotros y en nosotros, tener un corazón dispuesto para andar en Su Palabra en obediencia y andar con el fuego de Dios ardiendo y emitiendo Su Luz sobre la humanidad. Como partes que se pueden poner una al lado de la otra, pero que no tienen mayor relación entre sí. Porque parece que algunos tienen alguna de esas cosas y otros tienen otra, se obtiene la impresión de que son elementos separados inconexos. Pero no son todas cosas diferentes, sino que son todas parte de la esencia que es Dios. Cada una de las virtudes que de lo divino se van agregando a nuestras vidas, al principio las disfrutamos como novedad, pero luego debemos incorporarla a la vida que vivimos. Porque Jesús está preparando a su Iglesia, y la está preparando a Su Imagen. Por eso Sus cosas vienen a nuestro ser. Para ser una esposa que sea como como él es. Con Su mismo carácter de amor. La salvación, el bautismo en Su Espíritu Santo, la santificación, la consagración, y el Esposo que vuelve a buscar a Su Iglesia, son todos una sola cosa. Porque todo es de él, por él, y para él. Podemos agregar: Para estar en él. Y lo que esté en él será como él es.

Solamente una cosa no entra en ese conjunto. Y somos nosotros. Sí, está bien dicho. Nosotros, “nuestro yo”, no tiene parte de esto. Nuestra naturaleza caída, nuestro viejo hombre, no tiene parte de este estar en Cristo.

Y justamente este hombre viejo es el que intervino en la insensatez de cinco de las vírgenes. Porque el hombre viejo está cargado de egoísmo. Lleno de egoísmo, lleno de “todo para mí”. Lo opuesto al amor: “todo para tí”.

El egoísmo en nosotros hace que miremos todo detrás de su cristal, a menos que entremos en aquello que aclaró el Señor: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”.Niéguese a sí mismo. Es lo mismo que decir: —Dígale ¡basta! a su egoísmo. —Dígale ¡basta! al deseo de su propio corazón. Porque es engañoso, y perverso, y jamás se abrazará con la Persona de Dios, porque Dios es amor.

El egoísmo no entregado a la muerte en la Cruz de Jesucristo, en cinco de las vírgenes se apropió de lo que Dios les había dado, y les hizo ver las cosas como partes, como posesiones separadas, que incrementaban el tamaño del “yo” de ellas; ahora ellas podían gloriarse: —Lo tengo; lo conseguí. Estaban totalmente equivocadas. En lugar de humillarse porque les había sido dado más de Su Ser, y acercarse a él en entrega de sí mismas a él, al tomar las cosas como posesiones propias, se iban alejando de Su Persona. Y cuando llegó el momento, salieron “a recibirle” pero sin él, sin la Vasija en su mano. Estas vírgenes son figura de la Iglesia que no distingue el propósito final de la obra de Dios, porque su “yo” no crucificado, sus pasiones y deseos no crucificados no les permite verla. Sus ojos no pueden ver que Dios desea morar con y en los hombres, que desea ser uno con ellos. Sus ojos no disciernen conforme a la prudencia. No llegan a comprender para qué existen, para qué fueron creadas.Esas vírgenes son las que nunca salieron de la esfera de sus propios egoísmos, nunca vieron más allá de sus propias vidas y jamás entraron en la esencia del Olivo de Dios, que se entregó totalmente a Su Iglesia. él, por amor a las diez vírgenes no dejó nada para sí mismo, se dio enteramente porque él sí tenía un propósito en Su corazón. Las amaba. Las quería tener siempre con él. Quería que fuesen uno en Su amor.

Esta parábola es como una voz que está diciendo: “¿Tienes muchos de mis bienes celestiales, que disfrutas tú y que además bendicen a muchos y los atraen hacia Mí? Vende lo que tienes, dalo a los pobres, y tú, ven y sígueme”.

Amarle a él es una actitud distinta, un camino diferente; quizá poco transitado, porque en ese camino todo lo que se hace es para él, en ofrenda. Y no sólo lo que se hace, sino lo que se es, y lo que se tiene. La vasija al alcance de la mano es algo que Dios da en respuesta a corazones hambrientos de ello. Quizá lo que alguno necesite hoy en día es pedir tener ese hambre por la Vasija cerca. Hambre por andar de la mano con la Persona de Jesús, no como algo que pertenece a la religión, sino de una manera viva. ¡él resucitó! Recordémoslo. Por eso es que podemos vivir tomados de la mano de Jesús.

El hecho de tener lámpara implicó ciertamente un precio a pagar, y el tener aceite también. Nada fue gratis, igual que el entregarse como mecha no es fácil, sino que requiere un cierto grado de negación. Y entonces el fuego de Dios viene, y creemos que hemos alcanzado la cima. Con eso en mente alguno dirá:

—El fuego de Dios arde, el poder fluye. Hay unción en lo que hago. No puede ser que en mi no haya amor por el Señor.

Claro que nadie pagaría los necesarios precios para tener lo divino si no existiese en él anhelo y deseo por esas cosas. Tiene que haber amor por ellas para decidirse y aceptar comprarlas. Pero eso no muestra que amo a Jesús. Muestra que amo lo Suyo; que amo Su Palabra, que me sumerjo en Su Gran Comisión con mi vida entera, pero no necesariamente significa esto que es por él que lo hago. ¿Y si lo estoy haciendo por mí mismo, porque me gusta hacerlo, porque me siento bien haciéndolo, porque satisface mi propio ego (ese ego que se supone debería estar crucificado con Cristo, pero que sigue estando por aquí)?

Al respecto de algo parecido opinó Pablo en el capítulo 13 de su Primera Carta a los Corintios. En ella él dice que puedo hablar lenguas humanas y angélicas, puedo profetizar, puedo entender todos los misterios y toda ciencia, y tener toda la fe que traslade los montes, que puedo repartir todos mis bienes a los pobres y aun entregar mi cuerpo para ser quemado (aquí hay de lo divino en la persona y en abundancia, y también hay espíritu de entrega al prójimo en alto grado), pero si no tengo amor, nada soy, de nada me sirve. Habla aquí de la relación entre los hombres y mujeres, y podríamos pensar que el amor a Cristo corre por otro carril. ¿Pero hay alguno que se atreva a creer que el amor a Cristo es una cosa y a los hombres otra? El apóstol Juan dijo varias frases que empiezan con “al que no ama a su hermano...”, que son lo suficientemente claras para quien quiera entender.

No, el amor es el amor. Hay uno solo. Tomar la vasija parecería ser un esfuerzo especial, y en alguna medida lo es, pero es más que eso. Es una necesidad de él, un anhelo de sentir Su Presencia, un deseo de estar juntos. La vasija se toma cuando se ha entendido y aceptado el propósito de Dios para nuestras vidas. En la parábola Jesús está llamando la atención al tema, para que no erremos, pero el no querer equivocarnos no nos hará tomar la vasija. No es solamente una cuestión de voluntad y entendimiento intelectual. Es una cuestión de corazón. Jesús está preparando a Su Iglesia porque quiere unirse con ella. Busca, como buscaba el rey Asuero una reina para sí. Y escogió a Ester para ser reina, entre todas las doncellas de su reino. Quizá él nunca llegó a saber por qué esa muchacha le había agradado tanto, pero la Escritura nos lo aclara: porque ella no procuró nada para sí misma, sino lo que le daban quienes sabían lo que era de agrado del rey. No escogió según su propia voluntad, sino que se entregó a la voluntad de los que representaban al rey en su preparación.

Se negó a sí misma.

Nosotros, siendo simples humanos, sentimos cuando somos amados, percibimos cuando hay amor detrás de las palabras, detrás de las caricias de quienes nos aman. Y el Señor que todo lo ve, ¿no lo sabrá él? ¿No reconocerá él al corazón que Le ama verdaderamente, entre los tantos que se acercan ante Su Trono en alabanza y adoración? Cuando hay amor ciertamente abunda la alabanza y la adoración y la acción de gracias. Pero estas también pueden existir como simples formas de expresión, manifestadas por hombres que recono cen la grandeza y magnificencia del Altísimo, y vienen a pagar sus respetos y sus tributos, pero no Le aman. ¿Reconocerá él a los que se entregan a él en amor, de los que sólo cantan y alaban? Sí, totalmente. Porque él vino a buscar una Esposa para Sí mismo, y esa Esposa será la que Le ame a él.

Lo que es de él es absolutamente necesario para presentarnos ante él, pero nosotros debemos morir a nuestro yo también. Porque sino, no seremos nosotros quienes nos unamos a él en el día de Su Boda. Si no nos negamos a nosotros mismos, y si Jesús no llega a ser para nosotros aquél sin el cual nos sentimos desdichados, seremos quizá sus buenos amigos, a lo mejor con una hermosa y sincera amistad, pero ¿nos casaríamos con alguien por el resto de nuestras vidas solamente porque nos gusta físicamente, o porque somos muy buenos amigos? ¿Aceptaríamos nosotros unirnos en matrimonio con alguien que se siente muy feliz de estar con nosotros, que se siente cómodo con nuestro carácter y forma de ser, pero que quiere mantener su independencia, que no quiere perder su propia existencia, para hacer una nueva entre los dos? ¿Aceptaríamos quedar unidos para siempre con alguien que disfruta y se deleita en todo lo que le damos, y que le gusta estar con nosotros por lo que somos o tenemos, pero que no se entregue a nosotros en amor, como nosotros a él o ella? Si nuestro amor por lo que es de él es mayor que nuestro amor por él, ¿entraremos a las bodas?

La Iglesia del Señor es hoy una gran multitud sobre esta tierra. Cuando él venga, ¿cuántos de nosotros estaremos esperándole con nuestras vasijas en la mano? ¿Con Su Persona como nuestro mayor anhelo? No sea que salgamos a recibir al Esposo con la cabeza en otras cosas. No caigamos en un falso enamoramiento. No esperemos Su regreso apenas como quien espera en el aeropuerto la llegada de un pariente. él es más que eso. él es nuestro Salvador, quien nos dio la Vida Eterna, y es... EL SEñOR.

Apropiémonos de las palabras del apóstol Pablo a los Filipenses: "Cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente aún estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo..."

“Por amor del cual lo he perdido todo” . Eso es lo que tenían los corazones de las vírgenes prudentes.

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